Contemplaciones
miércoles, 16 de marzo de 2016
APRENDIENDO A ENSEÑAR, APRENDIENDO A APRENDER, MI NUEVO BARCO DEL APRENDIZAJE
Desde el principio el curso de APRENDIZAJE CENTRADO EN EL ALUMNO que dicta Ana Cecilia Mac Lean en la maestria de docencia de la UTP cambió mi perspectiva de ver la docencia. La primera lectura propuesta como material previo, ya me motivaba a ese cambio de paradigma. “Aprendizaje orientado en el alumno”. En la primera clase, la profesora fue directo a la vena: Debemos de cambiar el modelo básico de conocimiento en donde el alumno es un actor pasivo, por un modelo basado en competencias, donde el alumno es el actor principal, el principal hacedor.
Gran reto. Sobre todo tomando en consideración que, en el modelo por competencias, las cosas se mueven mucho más. No hay recetas a seguir, hay que ir tanteando, equivocándose, midiendo, evaluando las acciones tomadas para que el alumno se active hacia el aprendizaje. A estas alturas, hubo una frase de la profesorque me marcó. “La libertad es caótica”. Y la clase transcurrió en esa especie de caos, intentando despertar antes que pontificar. Otra frase, pautaba ya una visión nueva para mí: “hay que comprender que la mejor manera de atender las necesidades comunes, es contemplando las diferencias individuales entre los estudiantes”. Así, todo se convirtió en un movimiento libre, en un mar de indagaciones. “Ninguna clase es igual a la anterior, nadie dicta de la misma manera dos veces”. Con todo esto, el antiguo barco de la enseñanza tradicional terminó por encallar en mi mente, entre los arrecifes “magistrales” de la incomunicación y las verdades absolutas.
Pero no todo fue caos. Se lanzaron algunas lianas y algunos maderos para estructurar el nuevo barco luego del naufragio del antiguo. Hay que adaptar la enseñanza a la diversidad, y para eso, un cuadro de movimientos iniciales de análisis y luego de intervención, nos marcaba una pauta general a seguir. Una especie de gran camino en donde podríamos transitar con libertad.
Luego, fueron aterrizando otros conceptos (más maderos para construir la nueva embarcación). La segunda lectura me ayudó a comprender que todo lo que venía haciendo podía ser visto de una manera completamente distinta. Antes que nada, se debían evaluar los resultados del aprendizaje (a donde queremos llegar), para luego establecer los medios para ello (procesos del aprendizaje) y finalmente las condiciones de dicho aprendizaje. Así, había que ir hacia el aprendizaje constructivo tal y como lo plantearon primero Piaget (el sujeto del aprendizaje tiene que interactuar con los objetos del mismo), luego Vigotsky (el aprendizaje se maximiza en forma grupal) y finalmente Ausubel (con la teoría del aprendizaje significativo). En la tercera clase, la profesora nos motivó a contrastar los conocimientos de la lectura propuesta con la realidad de nuestras propias aulas. Evaluamos si el proceso propuesto (el proceso constructivista) era o no aplicado en nuestros casos particulares. La mayoría confirmó que no. Luego, se nos reveló una estadística aterradora para nuestra antigua manera de enseñar: lo que habla el profesor en clase es muy poco eficiente a nivel de aprendizaje, comparado con lo que el alumno aprende interactuando con los otros alumnos, con las lecturas, con los materiales. Es decir, es poco eficiente el discurso del profesor para que el alumno aprenda. Por el contrario, es mucho más eficiente que el mismo alumno interactúe con los objetos del conocimiento en grupos, e indague su significado. Ya para estas alturas mi nuevo barco estaba a medio construir.
Un elemento adicional me permitió asentar los mástiles. Goleman. La emoción como principal herramienta de aprendizaje. El alumno tiene que sentir. ¿Y cómo logramos eso? se nos propuso un esquema general para que lo evaluemos: motivar al alumno para que recoja saberes previos, plantear un problema que genere un conflicto cognitivo (un electro shock), y luego, construir el conocimiento a partir de un proceso que implique sistematización, aplicación y transformación de lo aprendido, para finalmente evaluar los resultados.
Y este fue el cierre. La evaluación. Con él izamos las velas, esperando el buen viento para zarpar. La evaluación no debe ser vista como el final del proceso, sino más bien como una herramienta a ser utilizada para motivar al aprendizaje. Pero evaluar no puede limitarse a verificar conocimientos. Es importante dar retroalimentación adecuada al momento de la corrección.
El alumno debe sentir que el profesor lo acompaña, no que lo atormenta.
Debe sentir que cuando suba a este nuevo barco y el viento adecuado llegue, se inflarán las velas y el barco zarpará hacia el conocimiento. Y ahí estaremos nosotros, sus profesores, contemplándolo y apoyándolo en su navegación. Contemplando como la brisa del mar en calma acaricia su rostro, o como la tormenta feroz lo atribula y lo confunde. Y lo motivaremos a seguir, a avanzar férreamente hacia su felicidad. Que es también la nuestra. Al final de esa travesía.
domingo, 7 de abril de 2013
SOBRE LAS VENTAJAS DE SER INVISIBLE - LA FELICIDAD DEL DESCUBRIMIENTO
La camioneta desbocada
atravesando el túnel iluminado. Bowie en su genialidad, y tres adolescentes
eufóricos de ser ellos, de estar juntos, de mirar la carretera pasando, rápida,
junto con todos sus recuerdos, con todas sus sensaciones. Ese es su mundo y lo
aman. Sam se desliza a la parte trasera y malabáricamente, se para y estira los
brazos. La velocidad no la vence. Ella cierra los ojos mientras Charlie la mira
extasiado y Patrick se ríe de todo y de todos.
We can be Heroes, just for one day.
La magia de esta película reside
en que, cual galleta proustiana, te posiciona nuevamente en tus recuerdos
adolescentes, en tu timidez, en tus complejos sobre el mundo y sus
posibilidades, en tu inexperiencia para el amor. Y –con una genialidad
superlativa, comparable a películas como La Sociedad de los Poetas
Muertos- te hace sentir que formas parte
de este grupo disímil de personajes que ríen, bailan y lloran alrededor de un
Charlie (el personaje principal) que íntimamente concuerda contigo en una especie
de espectador interno que subjetivamente te representa. Por eso, cuando el
mismo Charlie descubre sus oscuridades infantiles, tú mismo vas auto indagando
sobre las tuyas. La película es motivadora de una catarsis de adolescencia, y
como juega con ideas universales (lo cual es verdaderamente complejo), magistralmente
te ayuda a canalizar a través de su historia tu propio devenir personal.
Las actuaciones de Emma Watson y
Ezra Miller son sobresalientes. Ella (que en Harry Potter convence
absolutamente en su papel de maga intelectual y obsesiva) interpreta a una chica
desenfadada pero sensible de ojos lacónicos y profundos, que, segura de lo que
es y de lo que siente, no duda en ayudar a un chico tímido y novato que da sus
primeros pasos en la secundaria. En mis reminiscencias personales hay una
figura similar a ella, y a través de la actuación de Watson pude saborear
nuevamente ese hermoso pero su vez
atormentado recuerdo. De otro lado, la actuación de Ezra Miller como el amigo
gay del protagonista me pareció tan natural y desprejuiciada, que le permite al
espectador comprender por qué ser homosexual no es una enfermedad o una
aberración como muchos postulan, sino un estado tan normal como la heterosexualidad.
Pero hay algo en esa imagen de
los tres adolescentes liberados por la velocidad, escuchando “Heroes” y
sintiendo suyo el mundo que me parece universal. Ese estado del humano
naciendo, sintiéndose todopoderoso, ese
ensoñamiento en donde no hay mañana, solo ese hoy-segundo, es para mí, la imagen
más cercana de felicidad a la que uno puede acceder. Por eso conmueve, por lo fantástica,
por lo irreal, por haber sido parte de lo que uno fue. Por la distancia de un
tiempo que estuvo, pero que ahora yace difuminado por una historia que camina
hacia la decadencia.
El ser humano posterior,
complejizado por los avatares de una vida que lo va deteriorando, comprende que
la etapa de los héroes y de las princesas ya cesó, y se ve en el espejo y va
descubriendo de a pocos como su vida se arruga, como se constriñe, y en ese
proceso va descubriendo también que las verdades personales son las primeras, y
que luego uno tiene toda la vida para reflexionarlas. Uno tiene toda la vida
para descifrar lo que vivió en sus primeros años, y para contemplar finalmente
esos acontecimientos y transformarlos en visiones ontológicas, en postulados
generales, en odas a la melancolía o la felicidad. Y así, transmitirlas a los
suyos, que son los que interesan.
En estos últimos días he tenido el privilegio de
reunirme con los amigos de esas épocas heroicas. Y a través de su compañía y de
sus reminiscencias, he podido contemplar –de manera general- muchos de esos pasajes
de mi vida en donde fui feliz. Atormentadamente feliz (dado que yo nunca he dejado
de ser tortuoso en mis experiencias). We
can be heroes… just for one day
domingo, 4 de noviembre de 2012
BREVE OBITUARIO DE ANTONIO CISNEROS
Hace
días que necesitaba escribir sobre él. El día de su muerte estuve acongojado,
pero no sé por qué la noticia me pareció algo irreal. Supongo que esas noticias
siempre parecen irreales, la partida de seres o muy queridos o muy admirados
que uno entiende como inmortales, siempre tiene la inicial apariencia de un
sueño. Recién hoy, luego de seguir viviendo la misma tumultuosa y agitada vida
de todo citoyen de este mundo, encontré por azahar (o casi) dos libros de
poesías que había dejado abandonados el mismo día de su muerte, cuando intenté
encontrar un poema cuyo nombre no recordaba, y que no encontré, y que recién
encuentro.
Y me
siento y leo. Y no puedo sino compungirme con una pena larga y profunda, que como
una herida abierta, como un ardor lento y agónico, me descubre la realidad de
su partida. Antonio Cisneros ha muerto, y con él todos los posibles mundos, las
posibles luces, las posibles miserias que él hubiese podido intuir para nosotros.
Por y para todos nosotros.
Y no
puedo sino rememorar las alegrías que tuve -y que tengo- al leer que alguien
puede ser tan relativo a uno, tan cercanamente similar en sentimientos, tan
iluminadamente sabio, irónico, en resumen tan universal. Y no puedo sino
rememorar aquellos buenos tiempos en los que nuestro grupo literario (la Directiva,
un grupo dedicado a libar por la literatura, conformado por personajes tan
disimiles y entrañables como Pimpi Rengifo, el Gordo Bernal, Petipán Coronado,
Pablo Carriquirri Carreño o Anchiraicua), admiraba a este genio de la poesía. Recuerdo claramente haberlo encontrado alguna
vez en el bar de Juancito en Barranco. Alborotados, nos sentamos a tomar unos
chilcanos en una mesa contigua, y felices sentíamos que estábamos tomando con
el mismísimo Cisneros (otras hazañas similares fueron la persecución a Ribeyro,
o la serenata a Bryce, o la vigilia a la casa de Vargas Llosa). Recuerdo finalmente que el Gordo Bernal –ya
alcoholizado supongo- le lanzó algún saludo o alguna arenga, y que Cisneros le
contestó algo amable, sonriendo complacido y aparentemente feliz.
Ahora,
atando algunos cabos, puedo comprobar que Cisneros era físicamente parecido a
mi padre, pues tenía una mirada bondadosa y un aura de insatisfacción y
melancolía, y que en el poema que más me emociona de él, confiesa haber tenido dos
hijas y un hijo, confesando además haber sido ingrato con sus hijas de alguna
forma.
Es
por ello que a través de él –y a modo de homenaje- le dedico este hermoso poema
a mi Adriana y mi Andrea. Léanlo mis niñas y disculpen las lejanías de su padre que las ama.
HAY VECES QUE LOS HIJOS
Entonces
yo flotaba entre las olas y el salitre del Atlántico boreal.
Era
un barco con hierro de Marcona, bandera de Liberia y marineros
Griegos.
Los
tumbos en la noche o las más ordinarias nostalgias eran pretexto
Para
escribir poemas (muy sentidos) sobre Diego, hijo del alma
Delgado y amarillo
Y
poco a poco me las ingenié para meterlo (contra su voluntad)
Entre
mis libros
Luego
vinieron Alejandra y Soledad. No sé por qué perezas fueron
Abandonadas (o libradas) de mi
canto.
No
por completo, es cierto. Soledad (75) supo de festejos el día
Que nació bajo la nieve. Y la
comparé (también) con un
Erizo.
Alejandra
(81), apenas más alta que una mesa, tan sólo fue
Nombrada en una triste prosa.
Siento
que les debo unos versos que hablen de su gracia y su
Belleza (puros lugares comunes)
y del dolor de vivir separados
(puro melodrama)
Aunque
en verdad, ya no deseo que sean ricas o buenas o virtuosas.
Dados
los tiempos, me contento con que en el camino del mar
Hasta la casa/ no sufran ningún
mal.
Finalmente,
y como corolario de esta breve reflexión, quiero regalarles este poema de
Cisneros que entiendo como absolutamente actual, y que incluye una crítica a
esta sociedad moderna, donde los viejos, los pasados de moda, los dinosaurios,
son (somos?) relegados a una dimensión de paréntesis (que incluye a los
esperpénticos fumadores, entre los cuales me incluyo), desde donde
nostálgicamente contemplan la arrogante estupidez de los imberbes que creen que
la gran sabiduría del mundo está en sus espíritus competitivos, tecnológicos y ecológicos…
pura vanidad… puro nuevo racionalismo obtuso… craso y agudo error de
percepción…
NATURALEZA MUERTA DE INNSBRUCKER STRASSE
Ellos
son (por excelencia) treintones y con fe en el futuro. Mucha fe.
Al
menos se deduce por sus compras (a crédito y costosas).
Casaca
de gamuza (natural). Mercedes deportivo color de oro.
Para
colmo (de mis males) se les ha dado además por ser eternos.
Corren
todas las mañanas (bajo los tilos) por la pista del parque
Y
toman cosas sanas. Es decir, legumbres crudas y sin sal, arroz
Con cascarilla, aguas minerales.
Cuando
han consumido todo el oxígeno del barrio (el suyo y el mío)
Pasan
por mi puerta (bellos y bronceados). Me miran (si me ven)
Como a un muerto con el último
cigarro entre los labios.
miércoles, 9 de mayo de 2012
EL NIÑO QUE SIEMPRE SERE
Hoy en la mañana mi hija me dijo: “Papá, los hombres son unos niños… ¿no?” No supe que decirle. Por un lado pensé que tenía toda la razón, que yo mismo sentía que había necesitado tanto a mi mamá que, cuando las cosas ya no marchaban tan bien para mí en la casa de mis padres, la había reemplazado por mi esposa, pero que nunca fue igual, que el complejo edípico nunca se soluciona y cosas así. Por otro lado, ya en mi lado paternal, pensé que yo ya era padre y que debía de refutar esas ideas con algún postulado sofistamente maduro para no convulsionar el mundo juvenil de mi preciosa, y convencerla de mi madurez emocional (que es inexistente) para que se sienta tranquila de que tiene a un padre hecho y derecho. Al final, me limité a sonreír. Mi hija se me acercó y me abrazó. Sentí como un abrazo maternal. Mi hija también se estaba transformando en mi madre. Porqué dices eso hijita… ¿ha pasado algo? Nada papá, es que a veces Jose (su enamorado) se comporta como un niño, y yo entiendo; porque tú también a veces te comportas como un niño, y nosotras tenemos que cuidarlos. Pero no te preocupes. Nosotras las mujeres siempre estamos ahí. Se paró y se fue casi saltando, feliz.
Miro a mis hijos y me veo a mí en
cada una de sus edades. Y esa constatación me produce sensaciones encontradas.
Por un lado, siento que al ser las extensiones de mi yo, son una segunda
oportunidad de ser, son como una nueva alternativa para redimir mis errores,
para triunfar en campos que nunca cultivé adecuadamente (como por ejemplo, la
escritura), para ser feliz. Por el otro lado, me acongojo porque sé –o pretendo
saber, sustentándome en la herencia de mis genes- por qué penurias internas van
a transitar sus almas, por qué túneles oscuros, por qué miserias es muy probable
que derrapen sus vidas. Y, como una especie de pitoniso, me adelanto a sus
lamentos y lloro desde ya por ellos.
Y entonces, en este estado de
confusión mental se me viene la idea de la niñez. De mí niñez. Y esa idea,
antes que complicarme, me apacigua. El sentir que soy tan niño, o tan púber, o
tan joven como cada uno de mis hijos, que estoy a su mismo nivel (solo que con
unos rasguños de más), me resucita de mi vejez adelantada, me redime de mis
derrotas, porque restituye mi momento vital, me hace ser nuevamente joven.
Pero, lo mejor de todo, es que me hace sentir menos padre y más amigo de ellos,
los acerca a mi mundo, convirtiéndolos en cómplices antes que en aprendices.
Claro, imagino a la mayoría de
madres de este mundo luego de leer esto. El padre no puede ser el amigo. Tiene
que ser el padre. Tiene que asumir su rol y ayudar. Me van a disculpar mamitas
queridas. Me reúso. No me reúso a ayudar (no es que sea un holgazán). Me reúso
a ser padre. O por lo menos ese padre imperativo y ceñudo que mira a los hijos
desde arriba y da órdenes concluyentes que tienen que ser cumplidas sin dudas
ni murmuraciones (ni cura ni soldado… todo lo contrario). No tengo intenciones
de relacionarme verticalmente con ellos, que son las personas a las que más
amo. Así que he decidido ponerme a su nivel y reclamar en conjunto –a modo
sindical- hasta que venga mamá. De repente ya mi mamá no se anima (ella ya tuvo
suficiente jaleo con nosotros), de repente mi esposa tampoco (suficiente con
cuidar a tus hijos para tener que cuidarte a ti), de repente mi hija renuncia a
su nueva vocación (a pesar de que, por su declaración inicial, se encontraba
conforme con ese papel con respecto a mí y a su enamorado). Aunque, por suerte
para los padres-niños como yo, las mujeres tienen demasiado metido el bichito
maternal para dejarnos abandonados a nuestra suerte. Y así, termino no solo con
mi madre biológica acariciando mi canosa cabeza, sino con mis otras madres
(hermana, esposa, hija) cuidando de alguna forma de mí. Y les agradezco el
cariño, y, como hijo impensante que soy, creo fervientemente que me lo merezco
porque sí, porque yo soy el centro del mundo para mi madre y que ella sin mí no
será feliz… Feliz día mamás… feliz día mamá.
miércoles, 28 de marzo de 2012
SOSTIENE TABUCCHI
Lo primero que leí de Antonio Tabucchi fue un libro de cuentos llamado “Pequeños equívocos sin importancia”. Este libro me fue recomendado por una gran amiga que ya no veo hace tiempo. Recuerdo que mencionó específicamente uno de los cuentos titulado “Los trenes a Madrás”. Evidentemente fue el primero que leí. Evoco con bastante claridad la sensación que tuve al terminarlo. Era de una especie de incógnita triste. Una pregunta dejada en el aire por el pésame final. Me pareció genial. Pero luego de ese cuento, inicié el libro y me encontré con el cuento que da título a esa recopilación. Cuando terminé su lectura ya estaba convencido de la conexión que se había dado entre ese extraño escritor italiano y mi yo profundo. Y es la reflexión de ese cuento la que me ha acompañado en casi todas mis posteriores, sucesivas y atormentadas preguntas ontológicas. Algo similar me había pasado con Borges y sus laberintos, o con Sábato y su conciencia del absurdo, o con Le Clezió y su demolición de la realidad. A través de la iluminada reflexión estética de Tabucchi, me llegué a convencer medianamente de la aleatoriedad de mi existencia, de las pocas posibilidades de control que puedo tener de mi mundo. Yo no sé si esa claridad me ayudó a me complejizó más. A estas alturas de mi vida, y luego de destruir fervientemente muchos absolutos personales (de manera consciente o inconsciente, lo confieso), me quedan muy pocos puntos claros en el horizonte. Pero prefiero esa obscuridad intelectual a creerme el cuento Shopenhaueriano –excesivamente vanidoso- del domino del mundo a través de mi voluntad. Para mí eso representa Tabucchi, esa constatación de la imposibilidad de dominar la vida. En el libro “Sostiene Pereira” el personaje principal es un hombre que al final de su camino vital descubre a través de azahares lo acertado del compromiso con sus ideales profundos. Y logra su liberación. Una liberación a través del compromiso con las verdades personales que se habían ido acumulando en su conciencia pero que permanecían escondidas por temor al sistema. La actuación de Marcelo Mastroniani en la película inspirada en esa novela es sobresaliente, pero yo siempre preferí asemejar el personaje de Pereira a la figura del mismo Tabucchi. Ese italiano de rostro apacible y ojos profundos que nos abandonó el domingo pasado. Y solo me queda esperar que, como Pereira, él haya podido liberarse al final del camino de sus trabas vitales, de sus complejos intelectuales, de sus túneles más oscuros. En todo caso yo sospecho que, como a mí, a muchos iluminó en su trayecto hacia la muerte. Pero, si pues, no puedo dejar de sentirme un poco más solo por esa partida. Es una pena.
domingo, 1 de enero de 2012
INMORTALES - CEMENTERIO CLUB y nuestras amicalidades
Somos inmortales. Siempre hemos estado aquí. Exactamente donde estamos. Contorsionándonos, amando y odiando al mismo tiempo, viviendo y a cada segundo muriendo. Contradictorios. Enamorándonos de la soledad. De nosotros mismos en soledad. De nuestra imagen cuando se aparece en nuestra conciencia y creemos que es otra imagen (la de la amada). Al final, nos miramos permanentemente a nosotros mismos, y nos enamoramos de nuestras andanzas, de nuestras penurias, de nuestros anhelos, nos enamoramos de nuestra vida que es a la única a la que podemos mínimamente acceder. Y eso que poco o nada nos conocemos.
José (el compositor de este gran grupo que es Cementerio Club) es un gran amigo. Algo distanciado por todos los espacios tiempos que han transcurrido entre nuestros incipientes veintitantos y nuestros canosos y sedentarios cuarentaitantos. Y por eso, y porque su proceso vital se cruzó con el mío, celebré y celebro este himno a la contradicción del amor. Una canción que nos va revelando a través de su melodía romántica esa especie de amor que descubrimos luego de constatar que no somos invencibles, que hemos naufragado y seguiremos naufragando pero que a pesar de todo seguimos aquí, simulando inmortalidad a través de un nuevo proceso de amor luz, de amor redención, de amor renovante. Y el amor nos convierte nuevamente en inmortales a través de sus “magias inútiles” (Borges), de sus resquicios bizarros, de la melancolía que sentimos en la soledad de la amada. Y, si pues… sentimos la inmortalidad… la rozamos a través de las manos de esa persona que sentimos especial.
Somos… amigo… esos mismos niños púberes que en el colegio intentábamos cantarle al amor… esos mismos jóvenes que componíamos canciones atiborrados en ese cuarto inmemorial de Campodónico. Los mismos hombres canosos que ahora descubrimos que nuestra inmortalidad pesa, y de repente ya no nos resulta cómoda. Pero, como dice la canción, a diferencia de los otros yos que hemos dejado atrás, ahora, curtidos por los zarandeos de una vida azarosa “ya no tememos morir”. Un fuerte abrazo José… un fuerte abrazo…
EL SECRETO DE SUS OJOS - desencuentros de amor
Ellos discuten entrando al hangar. Ella le asegura que el viaje a Jujuy es lo mejor, él no está seguro de nada. Hay un diálogo cruzado, entre la necesidad de escape y la permanencia del amor. Ella le dice –confundiendo permanentemente el plural del nosotros con el singular de ella misma- que es lo mejor, aunque ya no sabe exactamente qué es lo mejor, ni para quién es lo mejor. Están confundidos. Él se le acerca y le da un beso en la mejilla. Ella abre los ojos. Esos ojos. Dicen todo esos ojos. Él la mira y como hasta ese momento se conforma con nada. Se voltea. Sube al tren. Pero se queda a mitad de la escalera y la mira de lejos. Se inicia la música, y cada tecla de un piano suave va tocando los puntos sensibles del corazón del espectador. Él sube al tren, y camina cansinamente por los pasillos atiborrados de pasajeros que comienzan a subir sus maletas a los estantes. Se sienta. Su mirada está perdida, extraviada en la situación. Ella reacciona, no se debe de ir. O ella no se debe de quedar. Ella corre, y llega hasta la ventanilla desde donde él espera nada. Estira la mano. Él también estira la mano. El tren acelera dejándola atrás. Él se para y como descubriendo lo fundamental camina hacia atrás y llega a la última ventana desde donde la puede ver alejarse, desde donde puede ver como se hunden sus sueños, como desaparece la esperanza de felicidad. La música cierra la escena con notas (pincelazos) de color azul melancolía.
Campanella (el iluminado director de esta gran película “El secreto de sus ojos”) también decide iniciar la historia con retazos de esta escena. Porque, a pesar de que el argumento transcurre a través de un derrotero aparentemente policíaco, es el amor de los personajes principales (Benjamín e Irene) el que es narrado paralelamente al supuesto hilo principal de la historia. Y es que esta irónica confusión entre la trama principal (un crimen sórdido y su resolución que depende de hechos incontrolables y aleatorios) y la historia de amor entre el secretario de juzgado y la asistente del juez que entrecruza problemas sociales e indefiniciones personales, nos llama a reflexionar sobre las permanentes confusiones de caminos y de rumbos que ocurren en nuestras vidas. ¿Nuestras decisiones estructuran nuestro destino, o dependemos de azahares, de hechos incontrolables, involuntarios que nos pre condicionan?
La historia nos lleva por hechos confusos que intentan ser resueltos de alguna manera por un sistema judicial corrupto, en el que van ganando permanentemente la coima y el interés oscuro. Es en medio de ese mundo sórdido en donde se desenvuelven los personajes, que tienen que batallar contra este sistema para lograr algo de justicia. Pero no la encuentran. Por el contrario, se estrellan contra intereses oscuros que digitan los resultados para dirigirlos a sus convenientes destinos. Nada nuevo para alguien que sabe en qué mundo vive. La belleza vencida por la vileza está clara en la imagen de la hermosa joven que yace desnuda, asesinada por un imberbe que luego es premiado con puestos expectantes en el gobierno. Hay que rebelarse contra este absurdo. Y Campanella se rebela. Se rebela a través del novio dolido que toma decisiones antisistémicas, se rebela a través del alcohólico asistente que decide ayudar al amigo en su decisión de buscar lo correcto y termina acribillado por las mafias que recorren las venas sustantivas de todas nuestras sociedades perdidas (un Francella fantástico), se rebela a través de los ojos de Irene, del amor de Irene, de la calmada forma como, ya casi al final de la película, le pide al amado que cierre la puerta. Y todo termina como comienza, con cada tecla del piano retumbando en algo que uno siente profundo, tocando una melodía extraña, la desesperanza en su forma estética, borrando y construyendo, lamentando todo el desencuentro, sonriendo triste mientras se aleja –en una remota estación de tren- para siempre la felicidad.
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