miércoles, 28 de marzo de 2012

SOSTIENE TABUCCHI


Lo primero que leí de Antonio Tabucchi fue un libro de cuentos llamado “Pequeños equívocos sin importancia”. Este libro me fue recomendado por una gran amiga que ya no veo hace tiempo. Recuerdo que mencionó específicamente uno de los cuentos  titulado “Los trenes a Madrás”. Evidentemente fue el primero que leí. Evoco con bastante claridad la sensación que tuve al terminarlo. Era de una especie de incógnita triste. Una pregunta dejada en el aire por el pésame final. Me pareció genial. Pero luego de ese cuento, inicié el libro y me encontré con el cuento que da título a esa recopilación. Cuando terminé su lectura ya estaba convencido de la conexión que se había dado entre ese extraño escritor italiano y mi yo profundo. Y es la reflexión de ese cuento la que me ha acompañado en casi todas mis posteriores, sucesivas y atormentadas preguntas ontológicas. Algo similar me había pasado con Borges y sus laberintos, o con Sábato y su conciencia del absurdo, o con Le Clezió y su demolición de la realidad. A través de la iluminada reflexión estética de Tabucchi, me llegué a convencer medianamente de la aleatoriedad de mi existencia, de las pocas posibilidades de control que puedo tener de mi mundo. Yo no sé si esa claridad me ayudó a me complejizó más. A estas alturas de mi vida, y luego de destruir fervientemente muchos absolutos personales (de manera consciente o inconsciente, lo confieso), me quedan muy pocos puntos claros en el horizonte. Pero prefiero esa obscuridad intelectual a creerme el cuento Shopenhaueriano –excesivamente vanidoso- del domino del mundo a través de mi voluntad. Para mí eso representa Tabucchi, esa constatación de la imposibilidad de dominar la vida. En el libro “Sostiene Pereira” el personaje principal es un hombre que al final de su camino vital descubre a través de azahares lo acertado del compromiso con sus ideales profundos. Y logra su liberación. Una liberación a través del compromiso con las verdades personales que se habían ido acumulando en su conciencia pero que permanecían escondidas por temor al sistema. La actuación de Marcelo Mastroniani en la película inspirada en esa novela es sobresaliente, pero yo siempre preferí asemejar el personaje de Pereira a la figura del mismo Tabucchi. Ese italiano de rostro apacible y ojos profundos que nos abandonó el domingo pasado. Y solo me queda esperar que, como Pereira, él haya podido liberarse al final del camino de sus trabas vitales, de sus complejos intelectuales, de sus túneles más oscuros. En todo caso yo sospecho que, como a mí, a muchos iluminó en su trayecto hacia la muerte. Pero, si pues, no puedo dejar de sentirme un poco más solo por esa partida. Es una pena.