miércoles, 16 de marzo de 2016
APRENDIENDO A ENSEÑAR, APRENDIENDO A APRENDER, MI NUEVO BARCO DEL APRENDIZAJE
Desde el principio el curso de APRENDIZAJE CENTRADO EN EL ALUMNO que dicta Ana Cecilia Mac Lean en la maestria de docencia de la UTP cambió mi perspectiva de ver la docencia. La primera lectura propuesta como material previo, ya me motivaba a ese cambio de paradigma. “Aprendizaje orientado en el alumno”. En la primera clase, la profesora fue directo a la vena: Debemos de cambiar el modelo básico de conocimiento en donde el alumno es un actor pasivo, por un modelo basado en competencias, donde el alumno es el actor principal, el principal hacedor.
Gran reto. Sobre todo tomando en consideración que, en el modelo por competencias, las cosas se mueven mucho más. No hay recetas a seguir, hay que ir tanteando, equivocándose, midiendo, evaluando las acciones tomadas para que el alumno se active hacia el aprendizaje. A estas alturas, hubo una frase de la profesorque me marcó. “La libertad es caótica”. Y la clase transcurrió en esa especie de caos, intentando despertar antes que pontificar. Otra frase, pautaba ya una visión nueva para mí: “hay que comprender que la mejor manera de atender las necesidades comunes, es contemplando las diferencias individuales entre los estudiantes”. Así, todo se convirtió en un movimiento libre, en un mar de indagaciones. “Ninguna clase es igual a la anterior, nadie dicta de la misma manera dos veces”. Con todo esto, el antiguo barco de la enseñanza tradicional terminó por encallar en mi mente, entre los arrecifes “magistrales” de la incomunicación y las verdades absolutas.
Pero no todo fue caos. Se lanzaron algunas lianas y algunos maderos para estructurar el nuevo barco luego del naufragio del antiguo. Hay que adaptar la enseñanza a la diversidad, y para eso, un cuadro de movimientos iniciales de análisis y luego de intervención, nos marcaba una pauta general a seguir. Una especie de gran camino en donde podríamos transitar con libertad.
Luego, fueron aterrizando otros conceptos (más maderos para construir la nueva embarcación). La segunda lectura me ayudó a comprender que todo lo que venía haciendo podía ser visto de una manera completamente distinta. Antes que nada, se debían evaluar los resultados del aprendizaje (a donde queremos llegar), para luego establecer los medios para ello (procesos del aprendizaje) y finalmente las condiciones de dicho aprendizaje. Así, había que ir hacia el aprendizaje constructivo tal y como lo plantearon primero Piaget (el sujeto del aprendizaje tiene que interactuar con los objetos del mismo), luego Vigotsky (el aprendizaje se maximiza en forma grupal) y finalmente Ausubel (con la teoría del aprendizaje significativo). En la tercera clase, la profesora nos motivó a contrastar los conocimientos de la lectura propuesta con la realidad de nuestras propias aulas. Evaluamos si el proceso propuesto (el proceso constructivista) era o no aplicado en nuestros casos particulares. La mayoría confirmó que no. Luego, se nos reveló una estadística aterradora para nuestra antigua manera de enseñar: lo que habla el profesor en clase es muy poco eficiente a nivel de aprendizaje, comparado con lo que el alumno aprende interactuando con los otros alumnos, con las lecturas, con los materiales. Es decir, es poco eficiente el discurso del profesor para que el alumno aprenda. Por el contrario, es mucho más eficiente que el mismo alumno interactúe con los objetos del conocimiento en grupos, e indague su significado. Ya para estas alturas mi nuevo barco estaba a medio construir.
Un elemento adicional me permitió asentar los mástiles. Goleman. La emoción como principal herramienta de aprendizaje. El alumno tiene que sentir. ¿Y cómo logramos eso? se nos propuso un esquema general para que lo evaluemos: motivar al alumno para que recoja saberes previos, plantear un problema que genere un conflicto cognitivo (un electro shock), y luego, construir el conocimiento a partir de un proceso que implique sistematización, aplicación y transformación de lo aprendido, para finalmente evaluar los resultados.
Y este fue el cierre. La evaluación. Con él izamos las velas, esperando el buen viento para zarpar. La evaluación no debe ser vista como el final del proceso, sino más bien como una herramienta a ser utilizada para motivar al aprendizaje. Pero evaluar no puede limitarse a verificar conocimientos. Es importante dar retroalimentación adecuada al momento de la corrección.
El alumno debe sentir que el profesor lo acompaña, no que lo atormenta.
Debe sentir que cuando suba a este nuevo barco y el viento adecuado llegue, se inflarán las velas y el barco zarpará hacia el conocimiento. Y ahí estaremos nosotros, sus profesores, contemplándolo y apoyándolo en su navegación. Contemplando como la brisa del mar en calma acaricia su rostro, o como la tormenta feroz lo atribula y lo confunde. Y lo motivaremos a seguir, a avanzar férreamente hacia su felicidad. Que es también la nuestra. Al final de esa travesía.
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