La camioneta desbocada
atravesando el túnel iluminado. Bowie en su genialidad, y tres adolescentes
eufóricos de ser ellos, de estar juntos, de mirar la carretera pasando, rápida,
junto con todos sus recuerdos, con todas sus sensaciones. Ese es su mundo y lo
aman. Sam se desliza a la parte trasera y malabáricamente, se para y estira los
brazos. La velocidad no la vence. Ella cierra los ojos mientras Charlie la mira
extasiado y Patrick se ríe de todo y de todos.
We can be Heroes, just for one day.
La magia de esta película reside
en que, cual galleta proustiana, te posiciona nuevamente en tus recuerdos
adolescentes, en tu timidez, en tus complejos sobre el mundo y sus
posibilidades, en tu inexperiencia para el amor. Y –con una genialidad
superlativa, comparable a películas como La Sociedad de los Poetas
Muertos- te hace sentir que formas parte
de este grupo disímil de personajes que ríen, bailan y lloran alrededor de un
Charlie (el personaje principal) que íntimamente concuerda contigo en una especie
de espectador interno que subjetivamente te representa. Por eso, cuando el
mismo Charlie descubre sus oscuridades infantiles, tú mismo vas auto indagando
sobre las tuyas. La película es motivadora de una catarsis de adolescencia, y
como juega con ideas universales (lo cual es verdaderamente complejo), magistralmente
te ayuda a canalizar a través de su historia tu propio devenir personal.
Las actuaciones de Emma Watson y
Ezra Miller son sobresalientes. Ella (que en Harry Potter convence
absolutamente en su papel de maga intelectual y obsesiva) interpreta a una chica
desenfadada pero sensible de ojos lacónicos y profundos, que, segura de lo que
es y de lo que siente, no duda en ayudar a un chico tímido y novato que da sus
primeros pasos en la secundaria. En mis reminiscencias personales hay una
figura similar a ella, y a través de la actuación de Watson pude saborear
nuevamente ese hermoso pero su vez
atormentado recuerdo. De otro lado, la actuación de Ezra Miller como el amigo
gay del protagonista me pareció tan natural y desprejuiciada, que le permite al
espectador comprender por qué ser homosexual no es una enfermedad o una
aberración como muchos postulan, sino un estado tan normal como la heterosexualidad.
Pero hay algo en esa imagen de
los tres adolescentes liberados por la velocidad, escuchando “Heroes” y
sintiendo suyo el mundo que me parece universal. Ese estado del humano
naciendo, sintiéndose todopoderoso, ese
ensoñamiento en donde no hay mañana, solo ese hoy-segundo, es para mí, la imagen
más cercana de felicidad a la que uno puede acceder. Por eso conmueve, por lo fantástica,
por lo irreal, por haber sido parte de lo que uno fue. Por la distancia de un
tiempo que estuvo, pero que ahora yace difuminado por una historia que camina
hacia la decadencia.
El ser humano posterior,
complejizado por los avatares de una vida que lo va deteriorando, comprende que
la etapa de los héroes y de las princesas ya cesó, y se ve en el espejo y va
descubriendo de a pocos como su vida se arruga, como se constriñe, y en ese
proceso va descubriendo también que las verdades personales son las primeras, y
que luego uno tiene toda la vida para reflexionarlas. Uno tiene toda la vida
para descifrar lo que vivió en sus primeros años, y para contemplar finalmente
esos acontecimientos y transformarlos en visiones ontológicas, en postulados
generales, en odas a la melancolía o la felicidad. Y así, transmitirlas a los
suyos, que son los que interesan.
En estos últimos días he tenido el privilegio de
reunirme con los amigos de esas épocas heroicas. Y a través de su compañía y de
sus reminiscencias, he podido contemplar –de manera general- muchos de esos pasajes
de mi vida en donde fui feliz. Atormentadamente feliz (dado que yo nunca he dejado
de ser tortuoso en mis experiencias). We
can be heroes… just for one day