domingo, 1 de mayo de 2011

SALVE SABATO



Ayer murió Sabato. En las noticias reflexionaron sobre el incremento de valor de sus libros a raíz de su muerte. Me pareció un absurdo. Pero ya él había intuido lo absurdos que son a veces los hombres en sus cosas. Estoy sentado en mi escritorio y he ojeado los tres libros que escribió. Yo había hecho algunas anotaciones la primera vez que los leí, hace ya 20 años. Extrañamente leí a Sábato de manera inversa, es decir, comencé con el último libro (Abaddón) y terminé con El Túnel. Pero el que más me impactó fue “Sobre héroes y tumbas”. Hay dos pasajes que se han quedado en mi memoria y que, por más que he intentado, no he podido exactamente ubicar en el libro (son más de quinientas páginas y ninguna de mis anotaciones adolescentes me han ayudado). El pasaje en que Alejandra llega junto a Martín a una playa, en medio de una tormenta, y se desnuda ingresando al mar bravo. La imagen de la belleza dejada a los elementos que la destruyen, que la amilanan, es perfecta. Me hace acordar a un poema de Pound “The Garden”. La belleza rodeada de miseria, rodeada de asco, de seres y cosas que la pretenden poseer para destruirla. La otra imagen es la del general muerto que comienza a ser destajado por sus subordinados para que su cuerpo no caiga en manos del enemigo. Una imagen que te revela otro tipo de belleza. La del honor de los hombres que luchan contra los mismos hombres por sus ideales. Los héroes violentos de un mundo que se define en luchas intestinas por nada. Es decir, por ideas que nada son mas que espejismos complejos y laberínticos que todo confunden. Sábato intentó delinear el absurdo humano, intentó –a mi concepto- expresar lo inútil que es luchar contra un mundo que poco tiene de lógico y cuyos códigos nos llevan al desvarío si los seguimos fervientemente. El mundo de los ciegos que pululan y que no entienden porque no pueden ver, de esos ciegos metafóricos, que interpretan el entorno en función a sus intereses mundanos y que canibalizan todo lo que pueden para sobrevivir. Contradictoriamente Sábato murió casi ciego. Pero su ceguera física contrastaba con su lucidez intelectual, con lo atinado de sus postulados. Salve Sábato… en la nada, que es al final todo lo que tenemos.