sábado, 30 de abril de 2011

SOBRE EL PACIENTE INGLES




IDEAS DE CONTENIDO

Idea de amor antisocial

El paciente inglés es una historia épica de amor, pero un amor antisocial, es decir, un amor que se tiene que construir a sí mismo atentando contra las leyes del sistema.

El conde D’Almasy conoce a Katherine, la esposa de un explorador inglés, y se enamora de ella. Lo hermoso de esta relación es que quien la inicia (o quien la busca) no es –como occidentalmente debiera de ser- el hombre, sino ella. Por eso su imagen me parece tan interesante. Es la mujer la que toma las riendas de su vida, y que, ante la constatación del deseo por un hombre (que luego se convierte en el amor que sustenta a la película) simplemente toma la alternativa y conquista. Es decir, la inversión perfecta de lo que occidental y socialmente debiera ocurrir. La mujer asumiendo el rol de cazadora perfecta, y el hombre de presa. Además, Katherine desarrolla tácticas de seducción, no solo corporales –sus miradas soñadoras, su sonrisa provocadora-, sino también de acciones concretas (la narración de un cuento extraño que habla sobre la infidelidad, los dibujos dedicados al Conde, que este inicialmente rechaza por decoro, la decisión arriesgada de quedarse en el desierto mientras su esposo va a sobrevolar el Africa); tácticas que logran su objetivo: Volver loco de amor al Conde.

A mí me atrae tanto justamente por ese matiz. El amor, como idea pura, es decir, como ese sentimiento impoluto, venerado, elevado para los amantes, es para mí incompleto. El amor necesita, para elevarse por encima de todo y de todos, un contrario, un oponente, un obstáculo severo que sortear. Cuando el verdadero amor sortea ese (o esos) obstáculos, se consolida. El amor universal –o al menos lo que conocemos de él- se nos muestra como el sentimiento corruptor de sistemas. Su sola presencia avasalladora anula todos los contrarios, los hace a un lado.

Grandes amores podrían ser ejemplos perfectos de esta idea: El amor que propugnaba Jesús era totalmente antisocial y antisistémico. La idea de amar a los otros como a uno mismo atentaba contra la idea del hombre centro. Esa idea de amor, y ese atentado severo contra un sistema egocéntrico como el judío provocó su propia crucifixión. En la ficción, hay varios ejemplos rescatables, el amor de Paris por Helena es tan antisistémico que provoca una guerra terrible (la Iliada), el amor de Romeo y Julieta que se enfrenta a las limitaciones sociales entre familias rivales, el amor de Cuasimodo hacia Esmeralda, amor que atenta contra los cánones estéticos (un antecedente interesante es el amor que le tiene el Minotauro de Creta hacia Ariadna, un amor que quebraba no solo cánones estéticos, sino también familiars, pues el mounstro y la princesa eran medios hermanos), el amor del Idiota hacia la Natasha de Dostoiewski, el amor entre Martín y la Alejandra de Sábato en sobre Héroes y Tumbas.

Es decir, siento –no afirmo, ni pontifico, solo intuyo- que para que el amor se eleve a un nivel universal tiene que  tener un poco de este componente. La película desarrolla un amor adúltero, escondido, oscuro, pero comprometido, real. Que tiene una veracidad tal ante la contradicción que termina envolviendo a los personajes en un torbellino que los lleva a la muerte. Pero lo importante no es ese final (por más que cause tristeza, aunque es, al final, siempre el final), sino todo el desarrollo del amor. Ese amor que salta barreras, que esquiva obstáculos, que vibra en una habitación del Cairo, cuando los cuerpos del Conde y de Katherine se unen en una cama enorme de sábanas blancas, cuando se bañan en una tina antigua, y Katherine, desnuda, soba la espalda de un Conde extasiado por la desnudez de la amada. Claro, hay reparos sociales. Katherine, auscultada con severidad, puede ser calificada de cualquier cosa. Busquémosle sinónimos a Ramera y supongo que por ahí se iniciaría la lista de adjetivos que un hombre macho y occidental le comenzará a endilgar. Pero yo veo su figura como liberante antes que limitada o compleja. Es la mujer que decide superar su mundo monótono, que decide dar rienda suelta a sus instintos en busca de su felicidad. Es cierto que no termina muy bien. Algunos podrían decir que termina muy mal. Pero es parte de la contingencia del amor, y ella asume el reto y lo desarrolla coherentemente hasta el final.


Idea de amor etéreo

Hay otra idea que no necesariamente es central en la película, pero que sí encuentro interesante de desarrollar: El amor, como todo sentimiento humano, tiene su inicio y tiene su final.

En la película uno intuye en primera instancia que el amor entre Katherine y su esposo es un amor en picada. Katherine ya no ama a su esposo. Lo respeta, tiene costumbre de estar con él, lo quiere como un hermano (es más, creo que ella misma lo dice en algún pasaje). Pero no lo ama. Esto se ve claramente cuando, luego del desbaratamiento del avión, ella pregunta por él. El Conde, entristecido, le revela su muerte. Ella toma la muerte del esposo con congoja, pero no como la pérdida del amado. Pero no solo este amor es el que se apaga. El amor entre el Conde y Katherine también tiene su final en la película. Cuando ambos mueren –en momentos distintos- ese gran amor se apaga. Mi reflexión va por ese camino. El amor como sentimiento humano tiene un principio y un final, y no podemos pretender otra cosa. La idea de algunas religiones de postular el sentimiento de amor como eterno es a mi concepto una contradicción antinatural que perjudica a quienes la creen. Porque esa idea sustenta la otra idea de pertenencia del uno para el otro que también conceptúo como antinatural. Un hombre y una mujer no pueden amarse hasta la muerte. Eso, mas bien, lo que hace es enterrar en muchos casos las posibilidades de felicidad de ambos, al negarles la posibilidad de volver a amar una vez que ese sentimiento se ha apagado entre la pareja.

La idea de posesión entre individuos es una idea muy occidental, que tuvo su justificación en los inicios de la edad media, con el advenimiento del feudalismo. El señor feudal era dueño de todo y de todos. Los hombres y mujeres que habitaban su feudo eran suyos. Esa idea –que tiene sus raices más antiguas en la idea de esclavitud- es la que sustenta el matrimonio occidental moderno. El hombre le pertenece a la mujer y la mujer de pertenece al hombre. Nada más errado. En el mundo moderno no debiera haber persona que le pertenezca a otra. Cada uno es un mundo distinto y autónomo, con ideas y sentimientos independientes y con un proyecto de vida personalísimo. Que eventualmente mi proyecto de vida coincida con el proyecto de otra persona (mi esposa, mi concubina, mi novia, mi enamorada) es un evento que no puede precondicionar la esencia misma de mi libertad. Si me limita, si me constriñe a tal punto de no permitirme ir hacia mi felicidad (o transitar por el camino que yo creo que me lleva hacia ella) entonces es un evento dañoso, perjudicial para mí y mis aspiraciones.

Idea de escapar al amor

Esta es una idea que Borges desarrolla con mucha claridad en un gran poema llamado “el amenazado”. Una reflexión probable es que si el Conde D’Almasy hubiese intuido el final de su historia, probablemente hubiese desistido de la empresa amatoria que Katherine le planteó.

EL AMENAZADO

Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir.
Crecen los muros de su cárcel, como en un sueño atroz. La hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única. ¿De qué me servirán mis talismanes: el ejercicio de las letras, la vaga erudición, el aprendizaje de las palabras que usó el áspero Norte para cantar sus mares y sus espadas, la serena amistad, las galerías de la Biblioteca, las cosas comunes, los hábitos, el joven amor de mi madre, la sombra militar de mis muertos, la noche intemporal, el sabor del sueño?
Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo
Ya el cántaro se quiebra sobre la fuente, ya el hombre se levanta a la voz del ave, ya se han oscurecido los que miran por las ventanas, pero la sombra no ha traído paz.
Es, ya lo sé,  el amor: la ansiedad y el alivio de oír tu voz, la espera y la memoria, el horror de vivir en lo sucesivo.
Es el amor con sus mitologías, con sus pequeñas magias inútiles.
Hay una esquina por la que no me atrevo a pasar.
Ya los ejércitos me cercan, las hordas.
(Esta habitación es irreal; ella no la ha visto).
El nombre de una mujer me delata.
Me duele una mujer en todo el cuerpo

Aunque mi corazón me dice que no. Que a pesar de todo, el Conde D`Almasy estaba condenado desde que Katherine decidió que él se fijara en ella. El destino estaba trazado en esa decisión, y el Conde fue luego un simple títere de las circunstancias. Pero títere o no, fue un hombre que amó. Amó fevorosa e ilimitadamente. Amó hasta incinerarse a si mismo, hasta destruirse por amor.

IDEAS DE FORMA

La fotografía de la película me parece espectacular. Al inicio, esa imagen del avión herido sobrevolando un desierto amarillento con tumbos grises hacia el infinito es estéticamente hermosa. En general, los colores que el director selecciona para ambientar los espacios –colores terrosos, sobrios, predominando los grises y blancos- le dan el ambiente antiguo y mesurado a los personajes que divagan y que interactúan.

Esa imagen del Indú llevando a la amada a la iglesia y haciendo que ella literalmente vuele (a través de un sistema de poleas) para admirar el arte de las cúpulas religiosas contiene una metáfora hermosa: El verdadero amor es el que te permite mirar la estética del mundo, el que te permite desarrollar tu libertad, ayudándote a descubrir la felicidad de la contemplación. No ese amor abotagante y carcelario que pretende encasillarte espacios reducidos para que no puedas ni respirar.

Hay otras ideas en las imágenes que propone el director que son interesantes de analizar: El sustrato antirracista que se da al emparejar a un Indú con una francesa, la idea de amistad incondicional existente entre el Indú y su subordinado, la idea de perdón entre el espía y el paciente Inglés. Pero hay otra idea fuerte. La idea de azar. Estamos librados a un azar tan grande que va mas allá de nuestras posibilidades de control. Todo puede ocurrirle al humano, desde las mayores felicidades a las mayores desgracias. Y el humano no puede controlar nada. Es un mero espectador de la metamorfosis de formas, del cambiar permanente de una naturaleza imperfecta e incontrolable.

Las escenas finales, desgarradoras por su contenido, van en ese sentido. La confusión por parte de los bandos enemigos respecto de la identidad del Conde es justamente la imagen de esta reflexión. La irracionalidad de la guerra mezclada con el horror de saber que se pierde a cada segundo al ser amado hacen que la última parte de la película sea terrorífica. Pero la hace humana, la hace imperfectamente humana, lo que la acerca de manera extraña a la realidad. Katherine muriendo en la oscuridad. La musa, la belleza que mueve al mundo se consume en una caverna helada de un desierto perdido en un mundo sin dios. El Conde D’Almasy lo ha perdido todo, y su incineramiento corporal coincide con el incineramiento espiritual al que ha sido expuesto. Nada queda cuando muere el amor. Nada.

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